La eventual petición de un rescate a la UE por parte del gobierno español se ha convertido en una cuestión que trasciende esa -ya de por sí importante- potencial petición de ayuda. Este rescate se ha convertido en una especie de ensayo sobre la capacidad de la Eurozona para generar mecanismos de solidaridad financiera y avanzar hacia un frente verdaderamente común con la moneda única. Esta especie de tira y afloja entre España -acompañada en cierta medida por Italia y Francia- y otros países del llamado núcleo duro sobre cómo y cuándo debe instrumentarse el rescate no es sino la constatación de que las voluntades en la gobernanza económica europea siguen yendo por detrás de las necesidades reales de la economía.
La falta de equilibrio entre los dos grupos se prolongó demasiado en el tiempo y sólo el Banco Central Europeo rompió esa tediosa falta de concordancia proponiendo el pasado mes de septiembre un programa de compra de deuda (el OMT o Outright Monetary Transactions) en la que se configuraba -de forma algo aséptica pero efectiva- como un árbitro en la medida en que se ofrecía apoyo financiero para reducir las primas de riesgo a cambio de compromisos fiscales a partir de una petición oficial de ayuda. Hay quien podría pensar que tales reglas dejaban a España sin otro remedio (y, tal vez, sin mejor solución) que la petición del rescate pero no es menos cierto que esas reglas parecen también habérseles atragantando a algunos socios europeos porque cada vez que se habla de un compromiso de solidaridad en firme en las últimas semanas -el uso del MEDE como un verdadero cortafuegos, la Unión Bancaria, el rescate de España- ese núcleo duro se revela diciendo que son necesarios primero más sacrificios y compromiso y fían largo su apoyo a estas cuestiones tan esenciales. Por todo ello, cómo se resuelva finalmente la petición de rescate a España revelará no sólo la actitud de los socios europeos ante España sino también buena parte de sus verdaderas voluntades para avanzar en un proyecto de moneda única verdaderamente cohesionado.
Entre tanto, aunque ya sería mucho pedir, no estaría de más que esa gobernanza europea reconociera el fracaso de las políticas de austeridad a ultranza, la necesidad de fijar plazos y condiciones realistas para la consolidación fiscal y dejar algún espacio para políticas de crecimiento.
Santiago Carbó