¿TANTO PUEDE EL GRAN BERTHA ESGRIMIDO POR DRAGHI?
Dos o tres meses atrás, y con anterioridad, España aparecía condenada a un rescate financiero por el cierre de los mercados crediticios exteriores y la huida despavorida de los inversores. El rescate se hacía preciso para restaurar la confianza y disponer del tiempo imprescindible para restablecer el crecimiento sobre las bases sólidas de unas políticas congruentes y creíbles. En este sentido, se trataba no solo de asistencia financiera, sino de condiciones y vigilancia muy estrictas. Sin estas últimas la primera sería baldía.
Recordemos el por qué de la situación de entonces y su desesperación. Era, y sigue siendo, a pesar del respiro de los mercados, una cuestión cierta de aritmética: Lo elevado de las primas de riesgo hacía explosiva la carga de la deuda española -pública y privada- Ello alentaba las expectativas de reestructuración, con las quitas correspondientes. La marcha de los inversores era inmediata. El aumento de los costes y, sobretodo, la falta de disponibilidad de la financiación contraían las decisiones de gasto y producción, alimentando un circulo vicioso. La deflación es su corolario. El descrédito, un buen epítome. El déficit público galopa sobre ellos y amenaza con la desestructuración social.
Hasta aquí hemos llegado por las incongruencias políticas, la circunvalación de sus efectos, el diferimiento de lo inevitable y el aplazamiento de las decisiones; en suma, por la maldita palabra con nombre de pecado: procrastinación. El problema no es por tanto de déficit institucionales europeos, sino de nuestra propia gestión; es más, en tanto que existan estos déficit institucionales, los márgenes de maniobra son menores y las exigencias de rigor insalvables.
El retorno de la inversión exterior y el restablecimiento fluido del crédito exterior requieren lo mismo que hubiera sido preciso para evitar la pérdida de confianza: políticas claras y coherentes, decisiones sólidas y ejecución muy rigurosa. Solo que ahora es necesario que aparezcan como condiciones fehacientes de un rescate o asistencia financiera exterior, sujeto a la vigilancia estricta de los garantes y acreedores últimos.
Al igual que ocurre con las devaluaciones a la hora de resolver crisis de balanzas de pagos y muy especialmente cuando se trata de crisis financieras, para que el rescate o asistencia financiera sea eficaz y eficiente debe de ir aparejado con un programa completo de saneamiento y con políticas firmes que restablezcan el crecimiento.
El efecto Draghi es incuestionable, pero no suficiente ni eterno; especialmente si alguien no carga el cañón y se comprueba que tiene pólvora y funciona.
En fin, que seguramente habrá rescate y no será virtual ni liviano.
José Pérez