La evolución de la economía española durante la última década se caracteriza por dos fenómenos que rompen con patrones históricos anteriores. El primero es un diferencial de inversión negativo (como porcentaje del PIB) en comparación con los principales países europeos, del que se ha señalado que podría afectar negativamente el crecimiento de la productividad. El segundo es un saldo por cuenta corriente positivo y persistente durante la fase expansiva del ciclo. Mientras el primer fenómeno parecería apuntar a déficits estructurales de la economía española, el segundo es indicativo de una mejora de la competitividad. Ambos fenómenos están relacionados, ya que la contrapartida a un saldo exterior positivo es una transferencia de recursos a otras economías, que contribuye a reducir la deuda acumulada en el pasado en vez de reforzar la formación bruta de capital en el propio país. En el informe sobre el futuro del mercado único coordinado por Enrico Letta, se hace referencia explícita a la brecha sistemática entre ahorro e inversión a escala europea, que se traduce en un flujo anual de unos “300.000 millones de euros de ahorros de las familias europeas [...] hacia el exterior, principalmente hacia la economía americana, debido a la fragmentación de nuestros mercados financieros” (Letta, 2024, p. 11; traducción del autor).