A veces las cosas no son lo que parece, contienen demasiados matices como para poder llegar a aseveraciones muy claras sobre las relaciones causales. En este sentido, un diagnóstico apresurado de la actual situación económica y de las políticas desarrolladas en este contexto es el de que la austeridad debe erradicarse porque sólo lleva a menor crecimiento y eso implica menores ingresos fiscales y la necesidad de nuevos recortes. Esto es verdad en parte, porque lógicamente la austeridad no puede suponer un estímulo pero el todo no puede ser “acabemos con la austeridad”. Hay políticas intermedias y en la situación actual no pasan sólo por España, sino por una comprensión más amplia de qué necesita Europa en estos momentos y en los próximos años.

Pongámonos en antecedentes. Para España, financiarse del exterior ha sido fundamental y, hasta le fecha, parece que lo seguirá siendo. Por lo tanto, mantener la reputación fiscal se antoja esencial si España no quiere quedar financieramente aislada. El ejemplo más claro lo tenemos en la histriónica situación actual en la que estamos viviendo unas semanas de mayor tranquilidad relativa en los mercados. Pero esto se debe –al menos en una parte muy importante- a que España parecía dispuesta a acogerse a un rescate que no es otra cosa que garantizar la reputación mediante un escrutinio externo. Además, en este caso, a ese escrutinio le acompañaría un programa de compra de deuda (el OMT o Ourtight Monetary Transactions) que es también muy importante para mejorar las condiciones financieras. Y no sólo las públicas sino que también, por extensión, las del sector privado.

Teniendo en cuenta los antecedentes, no parece muy coherente abogar por el abandono de la austeridad. Lo que sí parece que puede tener cabida es la configuración de esa austeridad en un nuevo marco más realista y práctico. Con varios ingredientes:

El primero, plazos de consolidación fiscal más amplios porque, hasta el momento, el calendario de ajuste es algo asfixiante. El ejemplo de Grecia está ahí, dejando muy claro que comprometerse a lo imposible sólo lleva a más problemas.

En segundo lugar, incluso si se cumple con el compromiso de déficit (o no hay grandes desviaciones) en los plazos estipulados, la respuesta de Europa debería ser algo más “alegre”. Esta alegría se refiere a que hay varias cuestiones que tienen más sentido que otras en la posición de los socios e instituciones europeas respecto a España. Por ejemplo, el papel de Draghi ofreciendo el programa OMT es un claro ejemplo de lo que debe hacerse, dar y exigir al mismo tiempo. Sin embargo, el núcleo duro europeo está optando por exigir mucho y dar poco. Ejemplos de esa asimetría son la cicatería de esos países fuertes respecto a las contribuciones al presupuesto común europeo. También son paradigmas poco edificantes el retraso en el proyecto de la unión bancaria o la negativa a que el MEDE financie directamente a los sectores bancarios en problemas. Tampoco tiene sentido que algunos países como España avancen en liberalización de servicios y, otros, como Alemania sigan contando con un cierto proteccionismo en algunos de ellos. Y así, un largo etcétera.

En tercer lugar, Europa debe realizar un plan de crecimiento paralelo al esfuerzo de consolidación fiscal de países como España. Esto no implica que se den fondos a España sin más –además, la voluntad presupuestaria no parece que vaya en ese sentido- sino que todos aquellos que puedan –Alemania, por ejemplo- tiren de Europa con algo más de decisión. Resulta absurdo mantener la falsa creencia de que si todos los países europeos aplican austeridad a la vez, todos se beneficiarán. Esto sí que es algo que, claramente, no está funcionando.

Por último, España, respecto a Europa, tiene pocas opciones más allá de mejorar su interlocución en estos aspectos. Sin embargo, lo que sí tiene es un deber de completar y afirmar las reformas estructurales, ya que algunas de ellas (la laboral, sin ir más lejos) siguen a medio camino. La conjunción de la reputación del esfuerzo fiscal y de un verdadero afán reformista puede atraer la inversión e impulsar un crecimiento más basado en la competitividad. Pero ojo, esto es un proceso lento, pero más vale firme y lento que inseguro y frustrante.

Santiago Carbó